jueves, 25 de mayo de 2017

Carta a un joven historiador de la educación

Escribe Marta Ruíz Corbella. Facultad de Educación (UNED).
Editora de Aula Magna 2.0. Editora Jefe de Educación XX1.
Hace unas semanas pude escuchar al profesor Antonio Novoa, profesor del Instituto de Educación de la Universidad de Lisboa y ex rector de esta misma universidad, en la Facultad de Educación de la UNED. Impartió una interesante conferencia, Políticas educativas europeas: nuevos objetivos, viejos problemas, que animo a escucharla, ya que transmite ideas muy sugerentes a partir de su amplia y rica experiencia en y sobre la universidad.

En este encuentro me facilitaron un artículo que publicó el profesor Novoa ya hace 2 años. No es un artículo al uso, sino una carta que escribe a los jóvenes investigadores que inician su andadura en el área de la historia de la educación. Lo interesante de este escrito, y por eso considero que tiene cabida en este blog, es que son consejos válidos para cualquier investigador que se inicia en esta ardua carrera, independientemente del área de conocimiento en el que investigue y para todos los que estamos inmersos en este tarea confundiéndola muchas veces con un maratón. Creo vale la pena leer esta carta, y darme vuestra opinión.
Nóvoa, A. (2015). Carta a un joven historiador de la Educación. Historia y Memoria de la Educación, 1, 23-58, doi 10.5944/hme.1.2015.14111
Mis primeros encuentros con el historiador de la educación Julio Ruiz Berrio tuvieron lugar en el inicio de la década de ochenta, en los congresos de la Asociación Internacional de Historia de la Educación (ISCHE). Vinieron después treinta años de conversaciones y diálogos, tan importantes para mí. Conjuntamente organizamos el 1º Encuentro Ibérico de Historia de la Educación, realizado en São Pedro do Sul en 1992, y se abrieron, entonces, conexiones que se fueron haciendo cada vez más sólidas entre grupos e investigadores en el espacio ibérico.

Aprendí mucho con Julio Ruiz Berrio, con su manera de ser y de estar, con su rigor científico, con su sabiduría. Cuando asumí la presidencia de la ISCHE, entre 2000 y 2003, encontré en él un apoyo seguro, consejos correctos y palabras justas. Recuerdo, en particular, su preocupación por los jóvenes y por la renovación de la Historia de la Educación.

Por eso, cuando los responsables de la revista Historia y Memoria de la Educación me invitaron a participar en este número en su homenaje, me vino de inmediato la idea de escribir una Carta a un joven historiador de la educación [1]. Después de alguna duda, dado que el género epistolar parece haber caído en desuso, me decidí finalmente a escribirla. Aquí la tienen.
Una carta permite mayores libertades que otros estilos. En ella, lo que interesa es la relación, ese diálogo en que cada uno dialoga consigo mismo, incluso cuando se dirige al otro, aunque sea un otro imaginario. Estamos ante «la forma más concreta» de diálogo que no anula enteramente el monólogo». [2]

Antes de comenzar, recuerdo el desafío que David Labaree, historiador de la educación, lanzó a los jóvenes en su «sermón» sobre investigación educativa: «Yerren, sean perezosos e irrelevantes; y piensen en su trabajo como un esfuerzo para equilibrar los valores de la verdad, de la justicia y de la belleza». [3]

Es este el lema que escojo para la carta que a continuación escribo, con ocho consejos, y aún un noveno, porque en él está todo lo que me inquieta, lo que busco en la academia y en la vida.

1. Conócete a ti mismo
Así trazo mi primer consejo —«Conócete a ti mismo»— que, sin sorpresa, voy a buscar en Rainer Maria Rilke, en su primera carta a un joven poeta: «Está mirando hacia fuera de sí y eso es, sobre todo, lo que no debe hacer ahora. Nadie le puede aconsejar, nadie le puede ayudar, nadie. Solo existe un camino. Entre dentro de sí». [4]

Tal vez no sea muy importante lo que la vida hace con nosotros; importante si es, en cambio, lo que cada uno de nosotros hace con la vida. No dudo en deciros que la certeza es la distancia más corta para la ignorancia. En un error puede haber enseñanzas preciosas. Es preciso tener dudas. «No quieras saber todo. Deja un espacio libre para conocerte a ti». [5]

No selecciones los temas de tu investigación mediante catálogo o por mera conveniencia. Busca, dentro de ti, los problemas que te inquietan, aquello que quieres saber y comprender. La práctica científica es siempre, de una o de otra manera, un «ajuste de cuentas» con nuestra vida. Si no encontramos aquello que nos inquieta, las preguntas a las que queremos responder, si no nos implicamos por entero, jamás produciremos un trabajo con sentido para nosotros y para los otros.

Es por esto por lo que cada uno tiene que hacer un trabajo sobre sí mismo, hasta encontrar aquello que lo define y que lo distingue como investigador. Y nadie se conoce sin partir. Sí, camina, divídete en partes. Sin viaje no hay conocimiento. [6] Siempre que se bifurquen los caminos ante ti, sigue por aquél que haya sido menos recorrido. [7] Es esto lo que marcará la diferencia en tu historia. El conocimiento exige coraje.

2. Conoce bien las reglas de tu disciplina, pero no dejes de arriesgar y de transgredir
Después, conoce bien aquello que haces, tu disciplina, tu campo académico, las normas, las metodologías, los preceptos de la historia de la educación. Conócelas y cúmplelas, solo hasta donde sea preciso, porque la investigación o es creación o no es nada.

La historia tiene sus propias reglas. Nuestro objeto es el pasado, pero las preguntas somos nosotros quienes las hacemos, a partir de nuestro tiempo, del tiempo presente. Por eso, no podemos ignorar ni el pasado ni el presente. Voy a intentar explicarlo mejor.

No podemos ignorar nuestro objeto, el pasado, y, por eso, tenemos que evitar el «presentismo», tenemos que comprender que en cada época hay maneras propias de pensar, de sentir y de vivir. Confundir las épocas, como si todas fueran iguales, vuelve imposible cualquier interpretación histórica. Cuando se uniformizan los diferentes periodos, se construye un «tiempo continuo», que apaga las rupturas y nos impide ver los momentos, los procesos, los conflictos y hasta los silencios, que dan sentido a la historia.

Pero tampoco podemos ignorar el tiempo en que vivimos, el presente, pues es en él en donde se sitúan nuestras preguntas. La historia no es una simple reconstrucción del pasado, de los acontecimientos y de los hechos que tuvieron lugar en una determinada época. La historia es siempre un esfuerzo de problematización, una obra de arte, de creación, hecha hoy sobre la base de un examen riguroso del pasado.

La historia de la educación no es el «pasado», lo que se oscureció, desapareció y no vuelve, sino la continuidad que llega al presente y aún al mañana; un pasado que se prolonga como presente y como proyecto: la historia es un modo —el más pertinente, el más adecuado— de situar los problemas actuales gracias a una indagación científica del pasado. [8]

Como todo el conocimiento, la historia se hace asumiendo riesgos. Si pasáramos la vida tratando de evitarlos, renunciaríamos a la posibilidad de producir algo interesante, con significado para nosotros y para los otros. Lo que importa, en la ciencia, es la capacidad de ver de otro modo, de pensar de otro modo. Si repitiéramos lo mismo, encontraríamos lo mismo. Sin transgresión no hay descubrimiento, no hay creación, no hay ciencia.

3. Conoce con gran apertura temática y metodológica
En las últimas décadas, la historia de la educación se abrió a una enorme diversidad de temas, más allá de las cuestiones escolares. Es necesario continuar este movimiento, ensanchar el repertorio de nuestros estudios, desde la infancia a los adultos, desde la educación escolar a la educación informal, desde el aprendizaje a la cultura y al conocimiento… Esta apertura nos lleva a descubrir nuevas problemáticas y realidades que la historiografía educacional dejó ocultas, en silencio.

A la vez, es preciso ensanchar nuestro repertorio metodológico. Debemos dedicar una parte importante de nuestro trabajo a las fuentes, pues sin eso no es posible construír interpretaciones sólidas y consistentes. Como joven historiador debes ser capaz de realizar nuevas observaciones sobre los «documentos» que las anteriores generaciones dieron a conocer. Pero debes también partir al encuentro de nuevas fuentes, desconocidas o inexploradas. Este esfuerzo es fundamental para renovar la historia de la educación.

En cuanto a los métodos, el consejo que tengo para darte es muy simple: sé oportunista. Uso esta expresión en el mismo sentido que Adam Przeworski, que se definía como un «oportunista metodológico». [9] No te dejes encerrar en esquemas metodológicos rígidos, en ortodoxias. Ábrete a todas las posibilidades, como bien escribe Michel Serres: «Dedicados a la búsqueda de la verdad, no siempre la alcanzamos cuando la buscamos a través de análisis y ecuaciones, a través de las experiencias o de las evidencias formales; en ocasiones, es preciso recurrir al ensayo; y cuando el ensayo no llega, sigamos por el cuento, si fuera posible; si la meditación fracasa ¿por qué no intentar la narrativa?». [10]

Durante mucho tiempo, la búsqueda de originalidad conducía los historiadores a escoger asuntos que no hubieran sido aún objeto de estudio. Hoy, lo que interesa es construír interpretaciones originales de los mismos problemas, o de nuevos problemas. Para eso, precisamos ampliar los repertorios temáticos y metodológicos y recurrir a encuadres teóricos más complejos. No seas un repetidor. Abre nuevos caminos.

4. Conoce en todas las fronteras del tiempo y del espacio
Encerrada durante mucho tiempo en las fronteras nacionales, la historia de la educación ha venido a abrirse a otros espacios y realidades, de lo micro a lo macro, de lo local a lo global. La historia comparada —historias transnacionales, globales, cruzadas, conectadas, compartidas, etc.— conoce un gran desarrollo en la actualidad.

Es importante que participes también en este movimiento, pues, como ya decía Goethe, «quien no conoce lenguas extranjeras, no sabe nada de su propia lengua». [11] Solo nos podemos conocer desde fuera, desde una mirada exterior. 

El conocimiento es siempre alteridad, relación. Y para esto necesitamos adoptar nuevas concepciones del espacio y del tiempo, espacio-temporales. Por un lado, precisamos romper con una visión lineal, cronológica, del tiempo y comprender las diferentes temporalidades que existen en un determinado período histórico. Aprender a desdoblar el tiempo como si fuese una hoja de papel, poniendo fin a una visión «fijista»; liberar el tiempo de los relojes y de los calendarios. [12] La historia no es un hilo —«el hilo del tiempo»—, es, por el contrario, una maraña hecha de nudos y de cuerdas que se entrelazan. Necesitamos comprender la anchura y la espesura del tiempo, las diferentes temporalidades que existen en una determinada época.

Por otro lado, ir más allá de una visión «inmóvil» del tiempo, observar los diferentes espacios, físicos y virtuales, observar las redes, las comunicaciones, las conexiones, los flujos, las circulaciones, las conexiones. Desmultiplicar los espacios, buscando comprenderlos más allá de los sentidos, de aquello que se ve. Comprender que cada «espacio sólido» contiene una diversidad de espacios, de relaciones y de filiaciones.

El esfuerzo para liberar el tiempo de los relojes y el espacio de los mapas, puede traducirse en dos frases, difíciles pero importantes: cada ahora contiene muchos antes y después; cada aquí contiene muchos allís. [13]

No es fácil el esfuerzo a realizar para abrir nuevas concepciones del espacio y del tiempo, pero solo él nos conducirá a nuevas interpretaciones históricas. En esta inquietud, en esta voluntad de atravesar las fronteras del tiempo y del espacio, está lo mejor de ti. No te limites a confirmar lo que ya se conoce, a reproducir con más fuentes y argumentos lo que ya forma parte de nuestro patrimonio. Sin partida, no hay viaje.

5. Conoce más allá de los límites de tu ciencia
Y así llego a mi quinto consejo —«Conoce más allá de los límites de tu ciencia»— que voy a buscar en un principio que Abel Salazar hizo suyo: «el médico que solo sabe de medicina, ni de medicina sabe». Y aquí entra la pereza —o mejor, el ocio— de la que nos habla David Labaree. ¡Y qué difícil es cultivar el otium en esta universidad del nec-otium, del no-ocio, del negotium!.

Es preciso leer, leer mucho, leer despacio, cosas diversas, cosas inútiles. Perderse en las bibliotecas y en los archivos. Es preciso pensar, pensar mucho, conquistar el tiempo de pensar. Si no te gusta leer ni pensar, puedes volverte un buen técnico de encuestas o de entrevistas o de estadísticas o de otra cosa cualquiera, pero no serás un buen investigador.

Nunca olvides que inteligencia viene de inter-legere, de la capacidad de interligar. Y que complejidad viene de complexus, de aquello que es tejido en conjunto. [14] Una y otra necesitan de una base de cultura que no se agota en la «caja» de una única ciencia. El matemático conocerá mejor el mundo, y su propia disciplina, si sabe de filosofía; el historiador si sabe de física; el economista si sabe de filosofía, y el educador si sabe de literatura y… siguiendo así… en un entrelazar de culturas que es la propia definición de cultura. [15]

Las ideas nuevas están en la frontera, porque ese es el lugar del diálogo y de los encuentros. Tal vez sea el momento de ser consciente de que grandes descubrimientos fueron hechos por casualidad, pero sabiendo que el azar nunca es azar, ya que solo favorece a los ojos preparados para ver. [16] No hay nada más útil que el conocimiento inútil. Es él, el que nos prepara para ver y para pensar por fuera de los cuadros rígidos en que tantas veces nos dejamos prender.

6. Conoce en conexión con los demás
Hoy, más que nunca, el trabajo científico necesita de una dimensión colectiva, colaborativa. Aquí te dejo el sexto consejo: «Conoce en conexión con los otros. Pierde tiempo, conversa, comparte cada paso de tu trabajo».

Como se dice en un hermoso Manifiesto sobre la ciencia lenta: «Necesitamos tiempo para pensar, tiempo para madurar. Incluso lo precisamos para no desentendernos unos de los otros, sobre todo cuando se trata de recuperar un diálogo perdido entre las humanidades y las ciencias». [17]

La investigación se hace con saltos y sobresaltos, pero exige una continuidad de condiciones, de infraestructuras y de grupos. Este patrimonio es el que nos permite llegar a donde nunca llegaríamos solos. No podemos descansar en la lucha por políticas científicas que valoren el conocimiento (todo el conocimiento), que valoren la ciencia como ciencia y como cultura.

Infelizmente —como bien sabemos— existe hoy una tendencia fuerte para valorar solo la investigación que se presenta con relevancia económica y tecnológica en detrimento de las ciencias fundamentales, de las artes y de las humanidades. Estas ideologías han acentuado un productivismo académico que alcanza a todas las áreas, con papers y más papers, plagios y auto-plagios, artículos repetidos, fragmentados (que así son más rentables), en una carrera con muchos números pero sin sentido.

No puedo aconsejarte que rechaces frontalmente este mundo. No tengo derecho a empujarte a un suicidio rápido. Pero no hagas de tu supervivencia un suicidio lento, amarrado a un trabajo alienado, a un productivismo académico que está destruyendo lo mejor de la cultura universitaria.

No hay universidad, ni ciencia, sin debate, sin compartir, sin transmisión de una herencia. Por eso es tan importante el trabajo colectivo y la dimensión intergeneracional, bien presentes en la idea original de seminario, que une la ciencia y la enseñanza, la investigación y la formación avanzada. Es en la conversación con los otros, maestros y compañeros, como se definen y enriquecen nuestros propios caminos. Y también para esto necesitamos tiempo y condiciones.

7. Conoce mediante tu escritura, pues es eso lo que te distingue como investigador
Mi séptimo consejo puede pareceros excesivo, pero es lo que pienso tras muchos años orientando tesis y grupos de investigación: «Conoce mediante tu escritura, pues es eso lo que te distingue como investigador. Si no te gusta escribir, entonces desiste, dedícate a otra vida, no es lo tuyo investigar».

La escritura académica —y muy en particular la escritura de la historia— no es solo un modo de presentar datos o resultados, es sobre todo una forma de expresión personal y hasta de creación artística. Verdaderamente, es en el momento de la escritura cuando se define el trabajo académico, cuando cada uno encuentra su propia identidad como investigador.

No escribas una historia «cerrada». Busca abrirte a varias historias e interpretaciones sin dejar nunca de afirmar tu propia posición. El historiador no busca devolvernos un pasado estático que estaría inscrito en los hechos; por el contrario, busca comprender todas las historias e identificar los grupos que tuvieron capacidad y legitimidad para contarlas.

Para ello, precisas escapar de la linealidad, observar con atención los conflictos y las diferencias. En cada momento hay siempre varios futuros, aunque solo uno acontece. Es en la explicación de este proceso en donde se encuentra la llave de la historia. Tu escritura tiene que reconocer los autores que trabajaron antes que tú. No los ignores, pensando que así reafirmas tu presencia. Sé crítico, pero inscríbete en un patrimonio historiográfico que comenzó antes y que continuará después de ti.

No busques la dificultad inútilmente. Busca la fluidez del texto, de la narrativa. Si consiguieras usar una palabra breve no uses una mayor, si consiguieras construir una frase corta no te dejes tentar por una larga, si consiguieras escribir menos no escribas más. [18]

Escribe solo cuando no puedas dejar de hacerlo. Y siempre se puede dejar. [19] No hay nada peor para un joven investigador que la incapacidad para poner punto final a su trabajo, sea por una actitud excesivamente autocrítica, sea por la búsqueda de una perfección ilusoria, sea por el recelo ante la exposición pública, o sea por la mezcla de todo ello. El dilema sólo se resuelve el día en que percibimos los límites de nuestras interpretaciones, y nuestros propios límites. No existe texto perfecto, ni definitivo.

8. Conoce con responsabilidad
En 1942, cuando recibió una carta del entonces joven aspirante a poeta Fernando Sabino, Mário de Andrade le dio algunas sugerencias y terminó así: «¿Acaso no le sería posible poner un poco más de responsabilidad humana colectiva en sus obras?». [20] Uso las palabras de Mário de Andrade para con ellas dirigirte mi octavo consejo: «Conoce con responsabilidad».

Lo mínimo que se exige de un historiador es que sea capaz de reflexionar sobre su trabajo, de comprender la importancia del conocimiento para las sociedades contemporáneas. Lo mínimo que se exige de un educador es que sea capaz de sentir los desafíos del tiempo presente, de pensar su acción en el marco de las continuidades y cambios de la educación. La historia de la educación solo existe a partir de esta doble posibilidad.

La «objetividad» y la «verdad» están en la raíz de nuestra disciplina, pero hoy sabemos que estos conceptos no se declinan en singular sino en plural. A partir de las mismas fuentes, podemos contar diferentes historias, en tanto que se basen en análisis rigurosos, consistentes y coherentes.

La investigación histórica necesita de un cierto distanciamento en relación con los objetos de estudio, pero eso no implica neutralidad o indiferencia. La historia no tiene lecciones para dar, pero es indispensable para abrir nuevas comprensiones, para iluminar aspectos que permanecieron en la sombra. André Burguière tiene razón cuando dice que el objeto del historiador no es el pasado en sí mismo, pero sí todo lo que en los vestigios dejados por este pasado puede responder a la cuestiones que a él le suscitan y que le son sugeridas por el mundo en que vive. [21] Es preciso que conozcas con responsabilidad, con la responsabilidad que el conocimiento te plantea.

Nunca desistas, aun ante las adversidades. Muchos te dirán que tu trabajo es inútil. Pero esta incomprensión no es de ahora. Ya a mediados del siglo XIX, Théodore Barrau denunciaba esta «ciencia laboriosamente inútil» que atendía por el nombre de historia de la pedagogía: «Un joven profesor no podría hacer una peor utilización de su tiempo que emplearlo en la lectura de este tipo de libros». [22]

La universidad está repleta de trabajos «relevantes», que no tuvieron ninguna utilidad, y de muchos otros, «irrelevantes», que, sin embargo, abrieron nuevas formas de educar. La historia no sirve para nada, a no ser para pensar. Y esto es todo.
9. Conoce con libertad y en favor de la libertad
Os anuncié, al inicio, que serían ocho consejos y uno más. El último es el primero, porque, sin él, nada tiene sentido, nada me proporciona sentido: «Conoce con libertad y para la libertad». Durante mucho tiempo, el espacio universitario estuvo protegido del exterior, cerrado sobre sí mismo. Eso le daba una cierta autonomía frente a las limitaciones externas, pero conducía, frecuentemente, a lógicas corporativas, mediocres y autoritarias, y a un insoportable mandarinato universitario.

Hoy, son las influencias externas las que están asfixiando la libertad, a través de lógicas de mercantilización de las universidades y de procesos empresariales de gestión que multiplican los dispositivos de control y de vigilancia de la profesión académica. El productivismo, con todos sus desdoblamientos, está destruyendo el espíritu crítico, la libertad de conocimiento y de creación.

En tanto que investigadores tenemos un deber de desprendimiento y de desinterés, es decir, estamos llamados a ocuparnos y a interesarnos por una causa mayor que no cabe en las cuentas de la «universidad empresarial».

En el principio y en el fin de la investigación está siempre la libertad. Para esto, y por esto, es por lo que tienes que trabajar, pensar y escribir la historia de la educación.

Es esto lo que te quise escribir. Con una única certeza: la de que no tengo certezas. Con un único deseo: que, a pesar de todas las limitaciones, seas capaz de habitar libremente tu lugar como investigador. Con una única convicción: que sin conocimiento, sin creación, sin cultura, sin historia, no hay futuro para la universidad ni para la educación.

Tal vez no necesites leer esta carta, pero soy yo quien precisaba escribirla. Hoy mismo te la envío por correo. Voy a ver si consigo encontrar un sello que tenga la palabra «libertad».
Traducción: Antón Costa Rico.
Referencias:
[1] Esta carta se inspira en otra que esta en la Conferencia de Apertura del “XII Congreso de la Sociedad Portuguesa de Ciencias de la Educación” (Vila Real, 11 de Septiembre de 2014).
[2] Vergílio Ferreira, Carta al Futuro (Amadora: Bertrand Biblioteca, 1981 3ª edición), 9.
[3] David Labaree, “El Sermón de la investigación educativa”, Revista Internacional de la historiografía de Educación, 2 (1 ) (2012): 74.
[4] Rainer Maria Rilke, Cartas a un joven poeta (Vila Nova de Famalicão: Editions Quasi, 2008), 12 (citado su carta FUE enviados desde París, en el día 17 de Febrero 1903 ).
[5] Vergílio Ferreira, Write (Lisboa: Bertrand Editora, 2001 3ª edición), 81.
[6] La referencia a un fragmento de la ONU de la obra de Michel Serres, Le niveles de instruit (Paris: Éditions François Bourin, 1991) , 28.
[7] referencia al poema Robert Frost, el camino no tomado, publicado en 1916.
[8] Este párrafo se adapta la Historia de la Educación de la ONU pasaje de Vitorino Magalhães Godinho, Enseñanza primaria Escuelas – Programas (Lisboa: Ministerio de Educación, 1977).
[9] Adam Przeworski, “El papel de la teoría en la política comparativos: Un Simposio,” Política Mundial, 48 (1), (1996) 10.
[10] Serres, niveles de Le-instruit, 249.
[11] famosa Expresión Goethe, citado en la obra las lenguas en un mundo global: el aprendizaje para un mejor entendimiento culturales (París: OCDE, 2012), 440.
[12] Véase Walter Benjamin, “Tesis sobre el concepto de la Historia’, en sobre arte, técnica, lengua y Política (Lisboa: Water Watch, 1992).
[13] Mae-Wan Ho, “La nueva edad del organismo,” Diseño Arquitectónico, 67 (9-10), (1997): 44.
[14] Segun Edgar Morin y Jean-Louis Le Moigne, L’inteligencia complexité (Paris: L’Harmattan, 1999).
[15] La referencia a la ONU Pasaje de la obra de Michel Serres, le tiers-instruit, 123.
[16] Referencia años para una cita muy Conocida Louis Pasteur ONU discurso el día 7 de Diciembre 1854: “Que Souvenez-vous dans les champs de l’observación le hasard ne favorise que les esprits prepares »[« Acordaros campos que en los de la oBSERVACIÓN el azar en los malos favorece la cuales fue elaborado Espíritus “].
[17] La lenta Ciencia Manifiesto, Lanzado en 2010 en la PUEDE ser consultado www.slow-science.org página.
[18] El párrafo inspirado en el texto George Orwell, “La política y el idioma ingles,” en la colección de ensayos, periodismo y letras de George Orwell (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1968), vol. 4, 139.
[19] Esto se basa en le apunte imprimación consejo Drummond de Andrade al joven de la ONU: “Sólo tiene que escribir cuando todo no puede no hacerlo. Y siempre se puede salir », en la bolsa y la vida (Río de Janeiro: Editora Autor, 1962), 114.
[20] La carta de vino de São Paulo, 01/10/1942, y en el libro figura de Mario de Andrade a Fernando Sabino – Cartas a un joven escritor (Rio de Janeiro: Editora Record, 1981), 15.
[21] André Burguière, Dictionnaire des Sciences Historiques (Paris: Presses Universitaires de France, 1986), VIII.
[22] Théodore Barrau, “Historia de la Enseñanza de l’et de l’Education ‘générale en Manuel de l’primaire instrucción, 3e serie 1, (1857), 4.
Cómo citar esta entrada:
Ruíz Corbella, M. (2017). Carta a un joven historiador de la educación. Aula Magna 2.0.[Blog]. Recuperado de: https://cuedespyd.hypotheses.org/2745
Tomado de Aula Magna 2.0 con permiso de sus editores

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